No les creas cuando te digan
que la luna es la luna,
si te dicen que la luna es luna,
que esta es mi voz en una grabadora,
que esta es mi firma en un papel,
si dicen que un árbol es un árbol,
no les creas,
no les creas
nada de lo que digan
nada de lo que te juren
nada de lo que te muestren,
no les creas.
Ariel Dorfman, Testamento
...la Ciencia es comprobable, pero solo unos cuantos saben como comprobarla, pero si dedicas tu vida a la ciencia, estudias con dedicación los libros científicos ("escrituras") y ocupas el método científico ("fé", dado que el método es incuestionable como tal), algún día tú también podrás comprobarla...
dice el blogger, esbozando de esta manera una de las opciones que tiene el profano para poder meterse en la discusión y la acción de los temas que incumben a aquellas doctrinas.
Ahora bien, sucede que, nos guste o no, y cada vez más, el poder se sustenta en los discursos de estas. Sólo a modo de ejemplo, pensemos en cómo las decisiones políticas se encuentran determinadas por el saber que se elabora desde la Economía. ¿Qué otra cosa es la tecnocracia, si no?
Así, todo aquello relativo a la Ciencia, necesariamente nos incumbe, pues pauta nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos hacer para luchar esta lucha?
No pretendo más que exponer una idea puramente personal; lejos está de mis intenciones extraer guías generales de conducta para las demás personas.
Tomemos , y para dejar claro que lo que digo no son meras especulaciones inútiles sino que pueden servir para pensar aspectos de nuestra realida concreta, el caso de la instalación de plantas de celulosa en Uruguay, que tanta polémica han generado. (Acá, acá, y sobre todo acá expreso mi postura sobre el tema en particular.)
Yo soy un cero a la izquierda en ciencias naturales. Sobre la plantas de celulosa, leí informes supuestamente científicos en defensa de su producción, así como informes supuestamente científicos en su contra, hasta que me harté de tantas cosas que no entendía y que para entender tendría que estudiar mucho sobre química, biología y vaya uno a saber qué más. Lo cual me llevó a darme cuenta que tampoco los gobernantes deben entender mucho más, y que la gente en general tampoco debe entender todos esos datos supuestamente científicos. Ahora bien, el criterio debe estar en otro lado. Mi criterio es el de la historia y el de la experiencia: estos señores, donde han ido, han dicho que no contaminarán y que su actividad no afectará negativamente la zona en que se instalen. Y todo ello ha resultado una hipócrita mentira. ¿Por qué creerles ahora?
El corolario de esta postura es juzgar esos discursos herméticos por los efectos que tienen en la realidad, por los intereses a los cuales son funcionales. Quizás es en este punto donde cierta verdad no importa tanto, y otra verdad no menos cierta se convierte en lo central. ¿Le creeremos a los sacerdotes que nos dicen que las pasteras no contaminan, o que el capitalismo es inexorable y el mejor de los sistemas, o que todo está determinado genéticamente, porque así lo dicen sus Escrituras? ¿O confiaremos en nuestra experiencia y nuestra memoria?