miércoles, 28 de noviembre de 2007

Esperas y esperanzas


Voy llegando a la parada, con mi paso apurado. Justo en el momento en que soy capaz de visualizar el número del ómnibus pero aún no puedo hacerle seña, aparece el 137, doblando la esquina rápidamente y alejándose fuera de mi alcance.
Casi con la cabeza gacha, llego con impotente tranquilidad hasta la parada. Pienso en los probables 20-25 minutos que perderé esperando el siguiente 137, y en lo apretado que estoy de tiempo. Y ya que estoy, me voy por las ramas filosóficas, mal dormido y a las nueve y media de la madrugada.

El Fede Nietzsche, en El Anticristo, señala que la esperanza es un estimulante de la vida mucho más poderoso que cualquier realidad concreta, por placentera que esta sea. Y al mismo tiempo, y por eso mismo, recuerda que la esperanza era el peor de los males para los antiguos griegos, por su capacidad de "entretener al desdichado"; yo diría, por la capacidad de ilusionar con la expectativa de una realidad que puede no concretarse.

No puedo evitar pensar que si hubiera llegado a la parada 20 segundos más tarde, me encontraría esperando el ómnibus lleno de la ilusión de su pronto paso. Pero no es así, porque que acaba de pasar, y sé que su frecuencia a esas horas no es la mejor. Y pienso que la ignorancia puede ser una gran aliada de la cruel esperanza, y que a veces es mejor no conocer.

Despienso esto último enseguida; porque si la esperanza es un mal, el conocimiento que provoca su desaparición no puede ser sino un bien. Conocer es lo único que nos permite efectuar un examen de realidad, evaluando las posibilidades reales. Perdemos la maravillosa droga de la ilusión para ganar el poco pero cierto control del que podemos disponer.
Se me ocurre entonces una exagerada confrontación filosófica: el idealismo de la esperanza contra el materialismo del conocimiento.

No han pasado cinco mintuos desde que llegué a la parada. Miro hacia la calle, y veo venir un 137. Una vez más, el azar, ese amigo traicionero, viene a mi rescate.


domingo, 25 de noviembre de 2007

Plainsong


"I think it's dark and it looks like rain" you said
"And the wind is blowing like it's the end of the world" you said
"And it's so cold it's like the cold if you were dead"
and then you smiled for a second

"I think I'm old and I'm feeling pain" you said
"And it's all running out like it's the end of the world" you said
"And it's so cold it's like the cold if you were dead"
and then you smiled for a second

Sometimes you make me feel
like I'm living at the edge of the world
like I'm living at the edge of the world
"It's just the way I smile" you said


sábado, 17 de noviembre de 2007

Elogio del outsider


La búsqueda de la verdad... bueno, para no caer en frases gastadas, digamos, el afán de dar cuenta del mundo que nos rodea. La imperiosa necesidad de explicar todo aquello que despierta nuestra curiosidad, todo que aquello que nos aterra porque se nos revela desconocido, oscuro, incomprensible. Y como sabemos, los humanos tenemos baja tolerancia a los agujeros negros.

Es todo eso lo que nos llevó a inventar teorías, desde que fuimos. Teorías para explicar el mundo. Por eso mismo, no se limitaron a buscarle la vuelta a tal o cual cuestión más o menos acotada que nos rompía el marulo, o si lo hicieron se fueron de madre en un santiamén. Porque son Señoras Teorías, que pretenden explicar Todo. O mejor dicho, proporcionan una vara con la cual medir la realidad, o mejor aún, unos lentes a través de los cuales verla.

Sólo en tiempos muy recientes nos hemos cuestionado estas titánicas pretensiones, y todo indica que las hemos desechado, al menos de nuestras conciencias y de nuestros discursos. Y así, donde ayer nomás veíamos un mundo más o menos ordenado, más o menos lógico, y más o menos ajustado a una teoría, hoy asistimos al molesto y atemorizante espectáculo de un mundo definitivamente inasible.

***

Pensemos la realidad como un paisaje infinito. Sobre sus planicies se yerguen fortalezas –porque es un mundo en guerra.

Estas fortalezas tienen unos nombres muy peculiares. Por allá encontramos una que se llama “Islam”. Más acá, una llamada “Psiquiatría”. Por ahí, hay una que tiene grabado en sus pórticos “Liberalismo”. Y así, desperdigadas, vamos descubriendo a vuelo de pájaro otras muchas, muchísimas fortalezas. “Psicoanálisis”. “Idealismo”. “Nacionalismo”. “Ciencia”. “Marxismo”. “Zoroastrianismo”.

Hay demasiadas como para seguir una enumeración innecesaria. Algunas se muestran orgullosas de los buenos tiempos que corren para sus fuerzas; otras resisten. Hay varias en franco repliegue, otras de las que hace rato no se saben noticias. Hay algunas, sin dudas, de las más fascinantes, abandonadas desde tiempos remotos, muchas de ellas en ruinas y sin nombres propios.

Cual paisaje feudal, hay fortalezas vasallas de otras fortalezas. Una tupida red de poder y subordinaciones se ha tejido entre ellas a lo largo de la historia.

Cada fortaleza está (o estuvo) habitada por guerreros. Cada guerrero encuentra tras sus muros, y en sus camaradas, protección y comprensión. A cambio, la fortaleza exige del guerrero que la defienda de los ataques lanzados por los adversarios y que se lance él al ataque de las otras. No es seguro que un guerrero se aventure solo y sin un objetivo claro fuera de los muros de su fortaleza. Los peligros son demasiados.


¿Pero acaso todos los habitantes de este paisaje son soldados incondicionales pertenecientes a una o varias de estas fortalezas?

Por supuesto que no. Encontramos muchas otras personas. Entre ellas, seres errantes que lo recorren con las mismas o quizás más inquietudes que los aquellos guerreros.

¿De dónde vienen estos vagabundos? Muchos pertenecieron a alguna fortaleza; otros las abandonaron antes de comprometerse realmente con ellas.

Naturalmente, se sienten más cómodos en esta que en la otra, consideran a los guerreros de esta sus amigos o aliados, son bienvenidos en aquella y son mirados con recelo en la otra. No están comprometidos con ninguna, y por eso nadie se ensaña con ellos especialmente; pero tampoco nadie los defenderá de forma incondicional si son atacados.

Se mueven con libertad, y por no estar confinados dentro de unos pocos muros, conocen mucho más, y tal vez hasta mejor.


En un mun
do en perpetuo cambio, se las arreglan sin recurrir a nada fijo. Ese es su mayor riesgo: fijarse a algo, en algún lugar. Para eso, sólo hay un antídoto: errar.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Peste

La ciudad está enferma. Arde en una fiebre feroz. El calor abrasador de su propio cuerpo la consume, la devora ávidamente, quemándola a fuego lento pero imparable. Se ahoga, abriendo su boca, tan seca como la arena del desierto. Siente subir por su pecho una tempestad de lava, y la escoria ígnea se acumula en su cuello, cerrándole la garganta y provocándole tal asfixia que su rostro se trastorna.

Intenta respirar. Pero sólo consigue llenarse los pulmones de un aire caliente que le achicharra los tejidos como si fuera vapor de plomo. Tose, tose con fuerza intentando expulsar todos los desechos que la están sofocando, pero escupe unas pocas cenizas mugrientas que dejan tras de sí una senda de polvo. Vuelve a tomar aire, y aspira la misma basura que acaba de sacarse.

Las entrañas se le han hinchado, haciendo que se retuerza en convulsiones y espasmos. Las paredes de las tripas se le han estirado hasta casi cortarse. Vibran y tiemblan, originando un terremoto que se extiende por todo el cuerpo. Y de repente, con un sonoro y hueco estallido, explotan. Un torrente de desperdicios la arrasa, y se propaga con furia, con una furia contenida durante largo tiempo.

La ciudad se tambalea, bajando la cabeza, y buscando estérilmente refrescarse en el agua del mar. Sumerge su cara, pero la sal le pica los ojos, y los labios rajados se abren aún más dejando a la vista la carne viva que arde espantosamente. Sin embargo, bebe y bebe y bebe, traga el agua en un intento desesperado de aplacar la sed que la agota. Al fin, alza la cara, sintiendo cómo la sal engullida le abre un millón de surcos glotones.

Se apoya con una mano sobre las rocas y los espinos del suelo, vomitando su padecimiento en el mar. El aire se llena de pestilencia, de un olor asqueroso y podrido. Vacía sus intestinos frenéticamente, en un paroxismo de fervor insoportable. Siente todo el organismo desgarrársele, y arrancándose de sus sitios, las vísceras putrefactas son echadas afuera por la boca atestada.

Ríos de sangre y excrementos siguen el mismo camino, y junto con la orina que ha roto su dique en las entrañas, se confunden en el mar. A lo largo de toda la costa, otras miles de ciudades también arrojan sus intestinos en la misma corriente. El sol calienta las aguas cargadas de despojos, y las hace fermentar. El caldo espeso y fétido hierve pronto, levantando burbujas y vapor inmundo. Poco a poco se evapora y se levanta pesadamente para formar densas nubes, que absorben con gula las emanaciones repugnantes, hinchándose más y más. Hasta que revientan. Y entonces, una lluvia, tan enferma como el lugar de donde proviene, se precipita sobre la ciudad.


miércoles, 7 de noviembre de 2007

Nada permanece excepto el cambio

"Ladrones que han robado el universo, hoy, que la tierra es poca para sus depredaciones, vienen a hollar el mar. Ávidos, si el enemigo es rico; ambiciosos, si es pobre... ni el oriente ni el occidente les basta. Sólo ellos son capaces de envidiar tanto. Destrozar, masacrar, pillar, eso es lo que ellos llaman gobernar. Para ellos, pacificar un país es transformarlo en desierto. Lo que nos es más querido en este mundo, nuestros niños, nuestros padres, ellos lo toman. Nuestros bienes, nuestra fortuna, son absorbidos por los impuestos; nuestros trigos, por las requisiciones; nuestros brazos, nuestros cuerpos, son usados para talar los montes, secar pantanos, bajo el látigo y la injuria..."

Antes de ir a los comentarios y ver quién y cuándo dijo esto: ¿quién y cuándo dijo esto?

lunes, 5 de noviembre de 2007

Un penique por el viejo Guy Fawkes


Remember, remember, the Fifth of November,

the Gunpowder Treason and Plot

I know of no reason

why Gunpowder Treason

should ever be forgot.

jueves, 1 de noviembre de 2007

El eterno retorno de Willi Mastrosimone

Muchos de los pocos lectores de este blog habrán notado, tal vez, la simpática foto que adorna una de las columnas del costado. Allí podíamos apreciar a Willi Mastrosimone, simio personal, sentado frente a una máquina de escribir. El pequeñuelo ha finalizado su primera obra literaria, cumpliendo sin mosquearse el objetivo de superar artísticamente los "20 poemas de amor y una canción desesperada" de Pablo Neruda. He aquí un extracto del debut literario de Willi:

"...ssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ssssssssssssssssssssssssssss
ssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ssssssssssssnaaaaaaaaa
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
aa
aaaaaaasssssssssssssssssfssssfhgggggggss
sassfssssssgggggggaaavmlvvssajjjl
ssssssssssssssssajjjajaajjsssssaaaaaaaaaaaaavvjjjjlajj(...)"

Como verán, la teoría de los simios escritores no es ningún desvarío, por más que en este caso el desafío fuera irrisorio hasta para el intelecto de un chimpancé.
Hay una cuestión interesante, empero, que implica la susodicha teoría. Básicamente, la podemos resumir así: si ponemos a un mono frente a un teclado, y el animalito procede a digitar las teclas al azar durante un tiempo infinito, terminará escribiendo, tarde o temprano, todas las obras que se hayan escrito y las que sean posibles escribir.

A mi mente acude enseguida el genial cuento de Georgie Borges La biblioteca de Babel. No cuesta mucho deducir que el mono de la teoría es esa maravillosa biblioteca, pero en potencia.

¿Qué sucede si intentamos extrapolar estas ideas al universo concreto? Pensemos por un momento en otra teoría, la del eterno retorno. Y, tomándonos ciertas libertades filosóficas, démosle un significado lo más material posible.
Pensemos entonces en un universo finito, pero de tiempo infinito. Nunca tuvo un comienzo y nunca tendrá un final. ¿Qué sigue de esto?
Sólo una cosa: si el universo en cuestión está en permanente cambio, y este cambio consiste en diferentes combinaciones de la materia que lo constituye, debemos deducir que estas combinaciones no son infinitas. ¿Qué pasa entonces cuando se han dado todas las combinaciones posibles?
Forzosamente, las combinaciones empezarán a repetirse. Ad infinitum. Todo lo que sucede , ya ha sucedido y volverá a suceder, eternamente.

El simio escritor no es más que una ejemplificación pintoresca de ese eterno retorno. Porque una vez que haya escrito todas las obras posibles, todavía le quedará tiempo para volver a escribirlas.

Quizás esta historia les suena conocida. No sería raro: quizás ya la han leído infinitas veces y la volverán a leer otras tantas, con la misma sospecha y sintiendo el mismo déjà vú.