sábado, 7 de febrero de 2009

Esto no se hace

...pero lo voy a hacer igual. Aunque más no sea como metáfora para una realidad muy actual.
No se hace: porque es tendencioso, va en contra de las reglas de la ciencia histórica y es demasiado poco materialista.
Pero ante el nuevo avance subterráneo de un cristianismo (de EL cristianismo) que pretende contraatacar en el seno de una sociedad que en consencuencia parece estar, en el mejor de los casos, a la defensiva, y en el peor, en la indiferencia, siento la necesidad de expresar unas ideas que hace bastante vienen madurando en mi cabeza.
La metáfora a la que hago referencia es la comparación entre nuestra realidad y la realidad de la antigua Roma, y su relación con el cristianismo, y una serie de similitudes (probablemente forzadas) que encuentro entre ambas. Tómenlo, si quieren, como un abuso del método comparativo.
Todo esto les puede recordar a Gibbon, a Spengler, a Toynbee, incluso a Huntington. Pero no estoy pensando en ellos. Si he de invocar a alguien, que sea (una vez más) Nietzsche.

"El cristianismo fue el vampiro del imperium romanum", dice el alemán en El Anticristo. No es una idea nueva, obviamente. La hipótesis de que fue el cristianismo lo que lo llevó a la ruina ya había sido propuesta por Gibbon en su Decline and fall of the Roman Empire.

Supongamos que es lícito calificar de imperial a nuestra época, tal como lo hacen Hardt y Negri en Imperio, tomando como modelo, precisamente, a Roma. En cierta forma, podríamos decir que nosotros también somos paganos en el sentido de la antigua mentalidad derivada de estas creencias, habiendo abandonado, en mayor o menor medida, viejos fanatismos, viejas creencias absolutas, viejos monoteísmos. Y esto es algo apreciable, me parece, en todos los aspectos de la vida social, desde las costumbres cotidianas (por poner un ejemplo paradigmático, la sexualidad) hasta en las propias iglesias "tradicionales", que se han aggiornado, de una forma u otra, a los tiempos actuales. Han sido, me gusta verlas así, derrotadas. La modernidad las ha derrotado, y las ha forzado ha abandonar el fanatismo propio de toda religión monoteísta, en favor de un discurso ecuménico y conciliatorio. Les ha impuesto su lenguaje, y las ha integrado bajo sus supuestos y bajo el poder hegemónico de la ciencia. La aceptación de la teoría de la evolución es un ejemplo más que elocuente.


Contra esta situación parecen haber reaccionado, desde hace cierto tiempo, una serie de iglesias (las llamadas pentecostales y neopentecostales) que buscan recuperar la influencia perdida en la sociedad, y lo hacen esgrimiendo un discurso decididamente fanático e irracional, que sólo se basa en una intepretación prácticamente literal de la Biblia. Son iglesias decididamente pre-modernas. Son iglesias rebeldes.
Como el viejo y primitivo cristianismo, este nuevo movimiento se nutre de las capas sociales más empobrecidas, tanto económica como culturalmente, pero también puede obtener recursos (económicos y logísticos) de sus hermanos más ricos. Los que están en Roma.
Precisamente, un emperador cristiano acaba de abandonar el trono imperial, por razones más bien coyunturales. Pero los cristianos siguen encaramados en la corte y en el Senado.

¿Y aquí, en las provincias? Siguen avanzando. Que esta gente vote produce pesadillas a poco de pensarlo. Ya han habido claras manifestaciones políticas al respecto. A fines del año pasado, en las afueras del Parlamento, cuando se votaba la ley del aborto. El predicador insistía en que todos recordaran, al año siguiente a la hora de votar, qué parlamentarios habían apoyado la ley y cuáles no. Y circulaban listas con los nombres de los primeros junto a una foto de un supuesto feto abortado. ¿Cuánto falta para que un movimiento así cristalice en una forma políticamente más formalizada? En Brasil ya ha sucedido.

¿Corremos el riesgo de deslizarnos hacia una nueva Edad Media? Ésta pregunta es lógica, y suena bien, pero no tengo idea de qué significa. No quiero abusar tanto como para hacer futurología.

Dios ha muerto, sí, pero es una muerte que hay que vigilar. Que nuestra culpa histórica no sea haber olvidado que tiene la costumbre de resucitar.

(Nerón tenía razón)