miércoles, 20 de febrero de 2008

La piñata como estructurador de la personalidad

¿Cuánto hace que no rompen una piñata? ¿Cuándo fue la última vez que se zambulleron en una pila de gente en busca de los caramelos y los chicles caídos de una desgarrada bolsa de papel?

Ah, la piñata… Seguramente muchos ya habrán olvidado esa sensación…

Debo confesar que si alguna vez, por un ínfimo momento, sentí algo parecido a la felicidad, si por un instante fui feliz, fue en esos infinitos segundos en los cuales el palo de una escoba, blandido en el aire por un infante mareado y con los ojos vendados, golpea el blando y frágil costado de una bolsa de papel de colores repleta de caramelos, chicles, chupetines, y hasta a veces “sorpresitas” de plástico, y todo ese contenido maravilloso cae al suelo, y uno siente cosquillas en estómago que se quedan ahí, porque uno es muy chico como para ponerse a pensar sobre eso y después ya no las vuelve a sentir más, pues nunca más vuelve a participar de una piñata.

Mucho se puede aprender de una piñata. Allí se manifiestan los más salvajes y desbocados instintos de apropiación individualista de preciadísimos bienes de consumo, pero también la solidaridad, a veces sincera y a veces forzada por la presión social, de redistribución del botín de parte de los más favorecidos hacia aquellos que se han quedado con las manos vacías -generalmente, los más débiles y pequeños.
Se manifiesta un sutil arte de la guerra, pues cada competidor exhibe diferentes estrategias para llenarse los bolsillos de golosinas: están los que se abalanzan sin más, no bien empiezan a caer los manjares; están los prudentes que esperan el momento adecuado; están los más estrategas de todos, que se ríen de las bestias salvajes mientras recorren el perímetro de la montonera, cosechando la cantidad nada despreciable de mercadería que va a parar a esa zona y que es olímpicamente ignorada por la mayoría.

Y está también el desdichado encargado de romper la piñata, que siempre llega tarde a la recolección, pero que pocas veces se queja, tal vez porque la satisfacción de causar todo ese caos lo compensa con creces.

Así que ya lo saben: si realmente quieren sentirse niños una vez más, rompan una piñata, y revivan el más maravilloso ritual de la infancia.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso post, dicen que la unica patria es la infancia y...y tienen razón.

YosoyineS dijo...

Me hiciste acordar que mi hermana para su cumpleaños nº 18, hizo una gran piñata rosada.

Es también como una forma de rememorar la infancia, pero creo que si pudieramos hacer piñatas ya de adultos, más de uno haría una piñata con su jefe o su madre.

Besotes!

Eric dijo...

Heyyy !!! estás de vuelta.
Cuando yo era niño, creo que las piñatas aún no estaban de moda che :(
Pero por supuesto que luego las gocé cuando nacieron mis hijos.
Nunca hay que perder un poco de esa inocencia infantil.
Bievenido nuevamente. Un abrazo.

P.D. Además de mi clásico "Sunshine", abrí un nuevo blog para despuntar el vicio de la fotografía, cuando desees pasar :
http://eclipse-ericram.blogspot.com/

Félix dijo...

Qué lindo y cuántas verdades decís.

Qué lindo esos momentos, peleando por el preciado sabor de los dulces caramelos, ja, ja, ja...

Quisiera volver atrás...

Saludos.

¡Jotapé! dijo...

Me hiciste acordar clarito, yo era el garronero perimetral.

Muy bueno.

Mikamy dijo...

Yo era una estratega de guerra con todo el estilo Sun Tzu: me quedaba en los perímetros y siempre recogía más que todos. Yo diría que lo que más se ve en la piñata es un instinto animal por recoger más que todos. Después como dices tu, viene la solidaridad forzada.

Un abrazo. Que bueno leerte de nuevo.

Yolanda dijo...

Y mira que dentro de nada es mi cumpleaños (20 nada menos) y me acabas de dar una buenísima idea para llevarlo con mejor humor. Hermoso post, e interesante analogía.

Diego Estin Geymonat dijo...

Ja, yo también era el garronero perimetral.

Anónimo dijo...

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