viernes, 14 de setiembre de 2007

Terror al Terror

El Terror no es sino la justicia rápida, severa, inflexible.

Maximilien de Robespierre


La Revolución Francesa es uno de los episodios más apasionantes de la historia. Pocas veces dicho adjetivo adquirió un sentido tan literal: durante esa década que cerró el siglo XVIII, se desataron en Francia fuerzas, impulsos y pasiones incontrolables, que marcan el devenir de nuestro mundo hasta el día de hoy.
Allí encontramos la muerte de un régimen por largo tiempo agonizante, caduco, completamente socavado; allí encontramos la formulación política casi acabada de los principios fundamentales a los cuales aún hoy estamos sometidos y de los cuales aún hoy recogemos sus frutos; y allí vemos, asombrados, en ciernes y aparentemente adelantándose a su tiempo, las tendencias revolucionarias más extremas y radicales.

La Revolución comenzó como un levantamiento de la aristocracia, que se rehusaba a pagar unos nuevos impuestos que parecían ser la única salida a la bancarrota de la corona. Luis XVI se ve obligado a convocar a los Estados Generales, una asamblea donde estaban representados los tres órdenes del reino: clero, nobleza y tercer estado, con la intención de que aprueben los impuestos. Pero en contrapartida, el tercer estado, dominado por la burguesía, comienza a realizar una serie de reivindicaciones que apuntan a terminar con el absolutismo y a establecer una monarquía parlamentaria. Derechos ciudadanos, qué otra cosa.
La intransigencia del rey provoca la radicalización de los burgueses y la de aquellos sectores afines a sus intereses: la nobleza de toga, en su mayoría burgueses ennoblecidos, y el bajo clero, de extracción popular.
La irrupción de las masas parisinas, que asaltan la Bastilla en busca de armas, es el golpe de gracia al absolutismo y un punto de inflexión decisivo. Al poco tiempo, los campesinos también se rebelan contra los señores.
Los Estados Generales, convertidos ahora en Asamblea Nacional, abolen los derechos señoriales. Es el fin del feudalismo en Francia. Redactan la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.
En 1791, está lista la Constitución. Una Constitución burguesa que consagra una monarquía limitada.
Pero en agosto de 1792, y frente la amenaza de una invasión austríaca y prusiana para restaurar el absolutismo y el descontento general hacia el rey que se había encargado de sabotear los proyectos de la Asamblea Legislativa, el pueblo asalta el palacio real, depone al monarca y se convocan a elecciones. El resultado es un nuevo cuerpo de gobierno, la Convención, y el final de la monarquía. Francia es ahora una República.

La guerra con las potencias absolutistas no se hace esperar. El peligro de una infección revolucionaria europea es demasiado real como para quedarse de brazos cruzados.

En enero de 1793, tras ser juzgado por conspirador, es ejecutado Luis XVI.

Entre tanto, la guerra contra Austria y Prusia va de mal en peor. Los girondinos, el grupo revolucionario moderado y predominante dentro de la Convención, es visto como el responsable del desastroso rumbo de la guerra. Francia misma parece estar al borde de la desintegración.

El poder girondino se tambalea. Sus opositores radicales, la izquierda de la Convención, ve llegada su hora. Es el momento para que los jacobinos tomen el poder.

¿Quiénes son estos jacobinos? Pertenecientes a la pequeña burguesía, defienden ideas liberales radicales que los acercan a las masas populares. Basándose en las ideas de Rousseau, probablemente el filósofo ilustrado más radical y demócrata, proponen el sufragio masculino universal, el control de precios, y una concepción del poder que poco tiene que ver con las moderaciones de sus predecesores.
Las ideas comunitaristas de los jacobinos, y sus concepciones populares, sellan la alianza con las masas de sans-culottes: asalariados, artesanos, trabajadores independientes y pequeños comerciantes, parte considerable de la población urbana.

Los jacobinos, liderados por Maximilien de Robespierre, se ven enfrentados a una situación límite. O salvan a Francia y la Revolución, o Francia desaparece. ¿Cómo hacer para salvar la Revolución?

Por primera vez en la historia moderna vemos desplegarse una estrategia de Guerra Total. Todos los recursos del país para la guerra: alimentos, vestimenta, armas, personas. Se impone la leva en masa. El ejército popular francés, un ejército de desharrapados, comienza a dar vuelta el curso de la guerra, una guerra que ha unido a toda Europa contra la Revolución.
Y dentro de Francia, se desata el Terror.

La República o la Convención Jacobina se conoce también como el Terror. Los enemigos de la Revolución, y aquellos sobre los que pese alguna sospecha, son ejecutados tras juicios sumarísimos. Los jacobinos se libran así de los contrarrevolucionarios al tiempo que sofocan las disidencias conservadoras y radicales. La guillotina sube y baja sin descanso.
Los bienes de los condenados son confiscados. Los recursos del Estado aumentan, pero los abusos y la corrupción están también a la orden del día.

Los jacobinos redactan una nueva Constitución, democrática y republicana, que consagra el sufragio universal masculino. Llevan a la práctica el control de precios, que alivia la carestía que sufren las clases populares. Sin embargo, sus políticas se detienen ante la propiedad privada, reprimiendo las tendencias que promueven su abolición.

La guerra sigue su curso. La victoria está ahí. Pero el mantenimiento de la guerra exige medidas cada vez más drásticas; y al interior del gobierno las tendencias diversas se hacen manifiestas.
Robespierre, un idealista inflexible, frío y austero, que no en vano se había ganado el apodo de Incorruptible, trata de poner coto a una situación que se le escapa cada vez más de las manos.
A su turno, son descabezados (metafórica y literalmente) los radicales populares que anteayer eran aliados, y los jacobinos moderados que ayer eran amigos. Sus cabezas ruedan en la pila donde hace rato descansan las testas girondinas.

¿Quién será el próximo? Nadie lo sabe, cualquiera puede caer bajo las sospechas de Robespierre. Y ser sospechoso equivale a una sentencia de muerte.
La guerra termina, al fin. Francia ha ganado. Pero irónicamente, esta victoria arrastra consigo a lo que queda del depurado poder jacobino. Ya no hay razón para soportar sus excesos. Hastiada la Convención de la dictadura de Robespierre, se rebela contra él. Las masas que otrora lo habían sostenido, se han quedado sin sus líderes, víctimas del Terror. No hay reacción popular que salve a Robespierre; él mismo cavó la tierra sobre la que se apoyaban sus pies.

Es la reacción del Termidor. El Incorruptible y sus pocos camaradas son guillotinados. La Constitución democrática del 93 nunca entrará en vigencia: los moderados vuelven al poder.

***

El Terror se recuerda como una época sanguinaria, irracional, oscura. Los jacobinos son recordados como unos fanáticos peligrosamente radicales, y como tales, también irracionales, locos.
Ya en las épocas inmediatamente posteriores a estos sucesos serán (des)calificados como jacobinos los revolucionarios americanos de tendencias más populares y democráticas. Sin ir más lejos, los patricios tacharán a Artigas de jacobino, y jacobinas serán sus ideas federalistas y democráticas.

Y desde aquel entonces, en el relato y el imaginario colectivo construido por los poderosos, por los conservadores, jacobinos serán los que cuestionen radicalmente el status quo, o quienes muestren algún atisbo de acción inmediata y extrema, o quienes sencillamente propongan una solución a problemas políticos por fuera de lo normal, es decir, por fuera de los mecanismos que el propio poder ha establecido.

Jacobino, para los conservadores, es una mala palabra. Es una descalificación. El Terror aún sigue surtiendo sus efectos. Hay quienes aún, a más de dos siglos de distancia de aquellos sucesos, siguen aterrorizados por la amenaza de la irrupción violenta de las masas de desharrapados.

9 comentarios:

chicosoquete dijo...

No tengo que comprar la charoná este mes parece.

Con mi antigua banda, malapraxis, teníamos un tema que se llamaba "hay" y que en uno de los estribillos decía:
"hay una Francia más prusiana aquí, los jacobinos se extinguieron ya, y no hicieron nada de nada"

Anónimo dijo...

Nunca me quedó muy claro el fracaso de los jacobinos. No encuentro ninguna explicación que resulte creíble.

No me parece que después del 93 se haya terminado todo. Hubo un siglo en el cual se fueron sucediendo conservadores y revolucionarios con monarquías, repúblicas e imperios, y con algunas revoluciones en el medio como 1830 y la Comuna de París en 1848.

Pez Rabioso dijo...

no hinches las pelotas Estin

Agustin Acevedo Kanopa dijo...

Al fin de cuentas, todo termina en el eterno problema entre medios y fines...

Dalma dijo...

Menos mal que sobrevivieron el croissant, la baguette y el mousse au chocolat.

Ah! y el menage a trois, obvio

Diego Estin Geymonat dijo...

marujita,

hay varias explicaciones para el fracaso de los jacobinos, y creo que tomadas en conjunto logran su cometido.
En términos más generales podríamos decir que llegaron "antes de tiempo", como que "nacieron póstumos", para robar a Nietzsche, o sea, no estaban dadas las condiciones sociohistóricas para que un moevimiento como ese saliera victorioso.
Yo comparto esa idea hasta por ahí, porque de ella se podría deducir que hay sólo un camino en la historia, o que la historia tiene un sólo sentido progresivo. Pero es cierto que las condiciones en que se da el jacobinismo no eran las óptimas para una democracia republicana inspirada en las ideas de Rousseau.
Aparte de eso, hay una mecánica interna de la revolución, del gobierno revolucionario jacobino que lleva a su propia destrucción. El jacobinismo sólo puede comprenderse en relación a las circunstancias extremas en las que Francia se encontraba: a punto de perder una guerra que podía significar su desintegración. Los jacobinos ven una única solución: ponen las armas en manos del pueblo, le otorgan más derechos que los que nunca había tenido, y lanzan a Francia a una guerra total, un esfuerzo supremo para salvar la Revolución. Esta guerra provoca la unión nacional, la identificación (esto es clave) de la Nación con la Revolución. La amenaza del enemigo externo hace que los franceses toleren ciertas limitaciones y atropellos a sus libertades, es decir, en pos de la causa nacional. Esta misma dinámica hace que no se puedan tolerar disidencias, al menos desde la óptica de Robespierre. Para ganar la guerra, los franceses deben estar unidos, cueste lo que cueste. También juega aquí un importante papel la dirección que el Incorruptible quiso dar a la Revolución, como un ejemplo de moral, siendo que justamente, si algo no fue la Revolución Francesa, es moral. Como lo dije al principio, desató las pasiones más extremas; en medio de ese torrente incontenible, Robespierre trataba de imponer sus ideas de virtud.

Pero la guerra no podía durar para siempre. Francia gana, y esa victoria significa la caída de lo que quedaba del poder jacobino (la mayoría de sus líderes habían caído bajo el Terror a manos de sus propios compañeros). Ya no había razón para soportar el Terror: ni para los opositores políticos moderados, ni para el pueblo que también parecía acusar el cansancio de la guerra.
Se produce la reacción termidoriana. Se dice que Robespierre pudo haber dado la orden de insurrección, para que el pueblo de París acudiera para luchar contra la reacción; pero eso suponía violar la ley, y eso era algo que iba contra todos los principios que el Incorruptible siempre había sostenido.
De todos modos, las masas parisinas, los únicos que podrían haber salvado a los jacobinos, no reaccionaron. Sus líderes más radicales hacía tiempo habían sido ejecutados. Por eso decía que Robespierre cavó la tierra bajo sus pies; fue suicidándose de a poco, en términos políticos. Cuando se quedó solo y sin razón para que los demás lo soportaran, simplemente cayó.

Por supuesto que en el 93 (94, en realidad) no terminó todo. Son correctas tus observaciones. Habría que ver, sin embargo, qué clase de revolucionarios se sucedieron en el poder. Al menos hasta la Comuna del 71, no veremos un movimiento tan radical y que haya logrado mantenerse en el poder por algún tiempo. Pero en la Comuna ya es otro el contexto, es otra época histórica (está toda la cuestión obrera de por medio).

De hecho, la consecuencia inmediata más palpable del gobierno jacobino fue la creación de un ejército nacional que sentaría las bases para una profesionalización y para la expansión militar de Francia. A partir de la caída de los jacobinos será el ejército el prinipal protagonista y el que va a ir marcando la cancha cada vez más. Por supuesto, es de ese ejército que saldrá Napoléon.

agustín,

es tal cual. Da la impresión que el medio empleado por los jacobinos terminó comprometiendo el cumplimiento del fin... si el fin era conservar el poder. El fin de ganar la guerra lo lograron - a costa de sus propias cabezas.

dalma,

por mi parte les estaré eternamente agradecidos a los sans-culottes por haber puesto de moda los pantalones largos y haber desechado los aristocráticos y horrendos bombachones que usaba la gente bien de esa época.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo. Si bien es cierto que las condiciones no estaban dadas para que las ideas russonianas perduraran, también era inevitable que un movimiento que se basó en la destrucción se terminara destruyendo a sí mismo. Por algo pasó casi un siglo, en el cual se fueron creando las condiciones, para que la república fuera sostenible en el tiempo. Es una explicación lógica. Pero que pasa si comparamos con la revolución rusa, aunque fuera otro contexto y otra época, fue un movimiento tan destructivo como el otro, y sin embargo logró perdurar. No una república, otro sistema político, pero fue sostenible en el tiempo. Por qué no podría haber sido ese el destino de la revolución jacobina? Qué lo impidió?

Mikamy dijo...

Es una pena que todavía estemos luchando por la igualdad, la libertad y la fraternidad, no crees?

¡Un abrazo!

PD: Talca queda a tres horas al sur de Santiago, la capital de Chile.

Diego Estin Geymonat dijo...

Marujita,

a ciencia cierta, no lo sé. Hasta donde he estudiado, no creo tener muchas respuestas a la pregunta que planteás. Tal vez un historiador marxista te podría decir que las clases trabajadoras no estaban lo suficientemente desarrolladas como para sostener un proceso de ese tipo, y algo de eso hay. Por otro lado, hay mucha responsabilidad propia de los jacobinos en su incapacidad para sostenerse sin tener que destruirse.


mikamy,

ud. lo ha dicho.