miércoles, 30 de mayo de 2007

Reflexiones a la orilla de un cuadro de Dalí

Asombrosamente marcado como si fuera un coatí. Eso fue lo que pensó justo antes de caer rendido a la sombra de un tanque de Coca-Cola.

-Pero claro, cómo no me había dado cuenta antes.

Uno gritó ahí, pero se encontró con la impertérrita sonrisa de una escultura de gas. Amarillo, el gas.

-Esto no puede ser, querido. Yo así no sigo. Hasta acá llegué. Me voy ya mismo a hacerme un lifting.

El gordo se había puesto a levantar pesas, pero nadie le había cambiado dólares. Claro, él, con sus problemas de ciática, todavía reclamando para que le paguen por los viajes que tuvo que hacer en el laburo.

-Yo no fui a Australia, así que no me rompas más las bolas con esos animales de mierda. Y si quiero me pongo a hacer salto alto acá mismo.

O como dijo Steven Seagal, “no hace falta más electricidad, lo que hacen falta son soviets”. Que si no, el consumismo te termina alineando con una mediatriz que lleva una vida tan disipada como su trabajo en la calle.

-Ahora no me vengas con que lo tuyo no es la política, si ayer no hacías más que tirar bombitas de agua a los transeúntes, che, desprevenidos transeúntes. Que si vos sos vegetariano, ta todo bien, pero sos un pelotudo.

Y sí, por algo la hormiga es el animal que pone los huevos más grandes.

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