Dios creó un mundo perfecto. La medida de esta perfección está dada, por supuesto, por la medida de los propósitos divinos; es decir, el mundo creado por Dios no es perfecto porque sea el mejor de todos los mundos posibles e imposibles, sino porque dicho mundo funciona de la exacta manera que quiso su creador.
¡Ah, no! salta uno de mis demonios. A veces ese mundo se sale de los planes y agarra su propio rumbo, vaya uno a saber por qué motivos azarosos e impredecibles que no vienen al caso.
Correcto. Es cierto; en ocasiones sucede que el mundo planificado por Dios se escapa de sus controles férreos y todopoderosos. Y el mundo, entonces, queda librado a su suerte y pierde el improbable y dudoso sentido que quiso imprimirle su creador.
Dios, además, creó ese mundo hermoso, deslumbrante, misterioso y provocativo. A veces con raptos de inspiración clara, sublime y despejada, a veces con inspiración sombría y somnolienta: así dio origen a toda la gama de bellezas divinas, desde las mujeres hasta los buitres, y desde los buitres hasta las mujeres.
Así, me atrevería a decir que Dios es un creador por definición. Y como todo creador, ama a su obra, y como todo amante, es celoso, y no tolera que nadie toque, transforme o arruine su obra. Pero además, Dios es Dios, por algo es quien es y por ende no es un creador cualquiera. Y como tiene el poder para hacer lo que se le cante, es el amo del universo (mitad porque es omnipotente y mitad porque él lo creó). Y como tal, sus deseos y caprichos son órdenes para todas sus creaciones.
Y ahí están las reglas, llamadas mandamientos, y las infracciones, llamadas pecados, y el castigo, llamado infierno. En realidad, a Dios no le importa mucho que un humano mate a otro humano o a cualquier otra bestia (llámese teólogo o cantante de cumbia), ni que entre ellos se roben, o se mientan, o se deseen, o se duerman. Esas nimiedades no merecen mucho más que un tironcito de orejas, un padrenuestro o un ayuno, y ya está, perdonados y a otra cosa.
Por el contrario, hay un pecado que ciertamente Dios no tolera y que merece el castigo divino con todo el peso de la ley celestial, y es porque se trata (a diferencia del resto) de un pecado que va contra Dios y lo toca en su ego. Me refiero, por supuesto, a la blasfemia.
Dios es un buen tipo, es santo, bondadoso, justo y todas esas cualidades que gustan endilgarle los espíritus que hace mucho no calman sus pasiones adecuadamente, pero tiene un límite. Como el creador orgulloso y omnipotente que es, reacciona con furia (quizás escondiendo un oscuro temor) contra quien intenta ponerse en su lugar.
Y de entre todas las criaturas que salieron de sus manos, hay una cuyo propósito en la vida es emular a Dios y hacer lo mismo que él hace: el poeta.
Esta criatura desgraciada crea mundos perfectos y hermosos, de los cuales es amo y señor (y los cuales a veces, y más a menudo de lo que sospechamos, también se le van de las manos); y los crea según su gusto y antojo, porque nadie le pone reglas y porque no tiene más límite que su imaginación y su propia capacidad de crear.
Semejante afrenta al orgullo de Dios, tan terrible blasfemia, no puede quedar impune, y es así que Dios castiga al poeta mandándolo al Infierno, por poeta y por su pecado. El pecado de crear.
No hay salvación para los poetas. Todos se van al Infierno. Y cuanto más hermosa, deslumbrante, excelsa y sublime sea su creación, más intensa será la furia divina, más ardientes serán los fuegos eternos. Ese es el destino y la maldición de todo poeta; porque no hay poeta que no esté maldito.