viernes, 28 de marzo de 2008

No les creas

(...)
No les creas cuando te digan
que la luna es la luna,
si te dicen que la luna es luna,
que esta es mi voz en una grabadora,
que esta es mi firma en un papel,
si dicen que un árbol es un árbol,
no les creas,
no les creas
nada de lo que digan
nada de lo que te juren
nada de lo que te muestren,
no les creas.

Ariel Dorfman, Testamento


Comentando en la anterior entrada, oliveira traía a colación la comparación de la Ciencia con la Religión, y cómo el profano, o lo que es lo mismo, el ignorante, se posiciona frente a estos cuerpos doctrinales:

...la Ciencia es comprobable, pero solo unos cuantos saben como comprobarla, pero si dedicas tu vida a la ciencia, estudias con dedicación los libros científicos ("escrituras") y ocupas el método científico ("fé", dado que el método es incuestionable como tal), algún día tú también podrás comprobarla...

dice el blogger, esbozando de esta manera una de las opciones que tiene el profano para poder meterse en la discusión y la acción de los temas que incumben a aquellas doctrinas.
Ahora bien, sucede que, nos guste o no, y cada vez más, el poder se sustenta en los discursos de estas. Sólo a modo de ejemplo, pensemos en cómo las decisiones políticas se encuentran determinadas por el saber que se elabora desde la Economía. ¿Qué otra cosa es la tecnocracia, si no?
Así, todo aquello relativo a la Ciencia, necesariamente nos incumbe, pues pauta nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos hacer para luchar esta lucha?

No pretendo más que exponer una idea puramente personal; lejos está de mis intenciones extraer guías generales de conducta para las demás personas.

Tomemos , y para dejar claro que lo que digo no son meras especulaciones inútiles sino que pueden servir para pensar aspectos de nuestra realida concreta, el caso de la instalación de plantas de celulosa en Uruguay, que tanta polémica han generado. (Acá, acá, y sobre todo acá expreso mi postura sobre el tema en particular.)

Yo soy un cero a la izquierda en ciencias naturales. Sobre la plantas de celulosa, leí informes supuestamente científicos en defensa de su producción, así como informes supuestamente científicos en su contra, hasta que me harté de tantas cosas que no entendía y que para entender tendría que estudiar mucho sobre química, biología y vaya uno a saber qué más. Lo cual me llevó a darme cuenta que tampoco los gobernantes deben entender mucho más, y que la gente en general tampoco debe entender todos esos datos supuestamente científicos. Ahora bien, el criterio debe estar en otro lado. Mi criterio es el de la historia y el de la experiencia: estos señores, donde han ido, han dicho que no contaminarán y que su actividad no afectará negativamente la zona en que se instalen. Y todo ello ha resultado una hipócrita mentira. ¿Por qué creerles ahora?
El corolario de esta postura es juzgar esos discursos herméticos por los efectos que tienen en la realidad, por los intereses a los cuales son funcionales. Quizás es en este punto donde cierta verdad no importa tanto, y otra verdad no menos cierta se convierte en lo central. ¿Le creeremos a los sacerdotes que nos dicen que las pasteras no contaminan, o que el capitalismo es inexorable y el mejor de los sistemas, o que todo está determinado genéticamente, porque así lo dicen sus Escrituras? ¿O confiaremos en nuestra experiencia y nuestra memoria?


jueves, 13 de marzo de 2008

El espíritu de la ciencia

(Esta entrada es una especie de continuación de esta otra, o más bien su desarrollo)

¿Qué es lo primero que a uno se le viene a la cabeza cuando le mencionan la palabra "ciencia"? No pretendo que me tomen por adivino, pero estoy seguro que las asociaciones vienen por el lado de un laboratorio lleno de probetas, de experimentos químicos y de tipos serios, con lentes y delantales blancos. No sería raro, tampoco, que las imágenes mentales se tiñeran de color verde.

Sigamos con las asociaciones: "ciencia" --> "conocimiento" ---> "verdad". Y ya llegamos al núcleo del asunto. Nuestras mentes modernas (¿o debería decir nuestros inconscientes?), porque en eso seguimos siendo modernos, enlazan inevitablemente "ciencia" con "verdad". No me parece que en esto haya un problema; el mismo aparece cuando nos damos cuenta que en realidad lo que hemos enlazado es "Ciencia" con "Verdad". Dos significantes que suenan igual que los otros dos, pero que no dan cuenta de los mismos significados.

¿A qué me refiero con esto? La Ciencia ocupa hoy en día el lugar que otrora ocupaba la religión. La Ciencia es una Verdad incuestionable, absoluta, que se expresa por medio de un lenguaje oscuro y accesible sólo para unos pocos iniciados que, vaya novedad, a través de su saber ocupan los lugares de poder más privilegiados. Cada vez más, y es en cierta forma la historia de la modernidad, el discurso de la Ciencia ha ganado todos los espacios de poder. Pensemos, por ejemplo, en la historia de la psiquiatría.
Este discurso se ha permeado, como no podía ser de otro modo, en nuestra vida cotidiana. Es el criterio de verdad, de lo que es así y lo que no es. Un "...pero lo que yo digo está científicamente demostrado!" nos asegura, mínimo, un empate en cualquier discusión mundana. La Ciencia, en fin, es incuestionable, es acrítica, y es, por tanto dogmática. O sea, el exacto opuesto de la ciencia.

Me gusta pensar la ciencia, menos como un saber o un cuerpo de conocimientos, o incluso como un método, que como una actitud. Me gusta pensar, más que en ciencia, en espíritu científico. Si quieren ponerlo es estos términos, una especie de principios que están en la base de cualquier método científico.
El corazón de este espíritu es el escepticismo. El exacto opuesto del dogmatismo. Actuar científicamente implica ser escéptico. Ahora bien, ¿qué implica "ser escéptico"?

Lo más probable es que uno piense en una persona que duda de todo, por lo tanto desconfiada y por lo tanto de mente cerrada. Pero basta pensarlo un poco, para darse cuenta que la actitud consecuente del escéptico es la actitud más abierta que se pueda imaginar. Dudar y desconfiar de todo (en especial de todo aquello que se nos aparece como evidente y natural), sí; mente cerrada, jamás.
Así, el científico antepone a todo la incertidumbre y la empiria, y no dudará en deshacerse de las teorías que trae a priori si los datos de la realidad las contradicen.

Fijémonos en los grandes científicos de la historia. Galileo, Copérnico, Darwin, Freud, Einstein: todos ellos escépticos, todos ellos reñidos con lo que las teorías de sus épocas mostraban como evidente. El italiano es, sin dudas, el más claro paradigma del espíritu científico. Y se podrá discutir ad infinitum si el psicoanálisis es una ciencia o no, pero nadie podrá negar que su padre fue un auténtico científico.

Pero vayamos un paso más allá. Decía que un escéptico es una persona de mente abierta a todas las posibilidades. Esto implica que la genuina actitud científica no puede jamás caer en la soberbia de despreciar ninguna hipótesis (siempre y cuando sea sincera) a causa de su apariencia ridícula, o irracional. Si pensaron que con esto me refiero a fenómenos paranormales, acertaron. Si pensaron que también me refiero a explicaciones mágicas sobre la naturaleza, también acertaron.
Está bien, yo estuve ahí; en mi etapa de ultrarracionalismo me encantaba burlarme de todo eso. Está bien, en "todo eso" abundan los chantas. Pero con que hubiera (y no dudo que lo haya) una sola manifestación sincera, es suficiente. Recuerdo que hace un año, cuando desapareció una chica en Piriápolis (que al mes fue hallada muerta), aparecieron varios videntes que pretendían aportar con sus habilidades en la resolución del caso. Me pregunté entonces, ¿y por qué no? Quizás aquello que hoy llamamos "fenómenos paranormales" nos estén indicando posibilidades y capacidades aún no descubiertas. Amén de aquella frase, tan inquietante como cierta, de Arthur C. Clarke: "cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Y si no le creen al buen Arthur, vichen esta noticia.

Pero, qué demonios, no soporto seguir con esta mentira. ¡Alabado seas, Flying Spaghetti Monster!


Izquierda 2 3 4






Como reza la canción de Rammstein que adorna la columna del costado...







Mi brújula política según The Political Compass. Interesante test.


miércoles, 5 de marzo de 2008

El existencialismo según DEG

(Aclaración: mis conocimientos acerca de la filosofía existencialista son menos que básicos, y en su mayoría provienen de lecturas que tocan el tema muy de pasada y alguna que otra conversación con el amigo Agustín.)

La existencia humana es un absurdo, en el sentido de que no tiene sentido. Es decir, no parece poseer, intrínsecamente, ningún sentido. Que nos los inventemos (el caso más paradigmático lo constituirían las religiones), es harina de otro costal.

Este absurdo es inseparable de una angustia básica, a mi modo de ver, constituyente de los humanos: es la angustia de la conciencia, en particular, la conciencia de nuestra finitud. Angustia de muerte, para decirlo claro.

Ahora bien; si aceptamos esto, y pensamos que esta angustia perpetua y subyacente es la forma en que se manifiesta en nosotros el absurdo de la existencia, todas nuestras acciones placenteras, todas aquellas cosas que nos causan placer, vendrían a cumplir la función de drogas, de anestésicos o calmantes, distractores momentáneos que apartan nuetra atención del sin-sentido de nuestras vidas, y nos evitan caer en la angustia existencial.
Así, hay drogas de todo tipo, y aunque difieren en sus efectos, intensidad, capacidad adictiva, etc., siguen cumpliendo, en última instancia, la misma función.

Piensen qué sucede cuando se nos acaban las drogas, o cuando nos vemos privados de ellas. Sí, señora, se apodera de nosotros el tedio. C'est l'ennui!, como diría nuestro amigo Charles, mucho más acertado en francés:

"...es el desgano, la falta de voluntad, la inercia hacia la nada, una angustia que imposibilita poner en palabras lo que se siente, una parálisis del alma, la experiencia de lo real (Lacan)" (citado de aquí)

Esa espantosa sensación, que va mucho más allá del aburrimiento; es no poder precisar una sola cosa que nos gustaría estar haciendo. Algo, cualquier cosa, que nos proporcione un poquito de placer. Nuestra experiencia más cercana a la nada.