viernes, 21 de diciembre de 2007

Reciclaje

En vista de que pienso ausentarme por unas semanitas del ruedo bloguistiquil, voy a proceder a una descarada republicación de un artículo que escribí hace ya más de un año para la revista Dodo, en el cual recordaba al recientemente fallecido y genio Syd Barrett. Esto, y matando paupérrimamente dos pájaros de un tiro, va también como pequeño recuerdo del 40 aniversario de mi banda más favorita de todos los tiempos, Pink Floyd.





Japanese pranks!!


Feliz solsticio de verano

Keep shining

Fue hace varios meses. Extraña coincidencia, triste coincidencia, acababa de darle play al The Madcap Laughs por primera vez en mi vida. No recuerdo a la altura de qué tema entró mi hermano al cuarto con la noticia.


“Bo, dijeron ahí en la tele que se murió uno de Pink Floyd”, me dijo con tono de sé-que-te-va-a-importar-pero-a-mí-no-me-importa-mucho. No sé si hay alguna palabra específica para designar ese tono de voz.

Como propulsado por un resorte estremecedor, me incorporé de la silla, y a toda velocidad me dirigí hasta el living. Desde la tele, el Piñe me quería vender a toda costa un crédito. “Puta madre” pensé, y ya estaba por insultar a mi hermano cuando éste, quizás adivinando mis intenciones, me aclaró que después del corte iban a dar más sobre la noticia.

“¿Quién dijeron que se había muerto?” le pregunté. Me contestó con unos fonemas indescifrables, por lo cual no supe nada más hasta que volvió el informativo. Y ahí sí, ahí escuché claramente, ahí me despejaron todas las dudas, bueno, todas no, en realidad sólo supe que había muerto Syd Barrett. En mi cuarto seguía sonando su primer disco solista.

Recuerdo que me invadió un sentimiento profundo, raro, difícil de precisar (vaya tarea la de definir un sentimiento), al menos en ese momento. No era angustia; no era incomodidad, aunque algo de eso había, ni tampoco era exactamente esa sensación de que algo anda mal o te falta algo y no sabés qué, aunque de eso había mucho. Recién cuando pude procesar, hacerme a la idea de esa muerte, al menos un poquito, me di cuenta de lo que sentía. Tristeza. Una tristeza serena, no tan dolorosa como punzante. Una tristeza que parecía desparramarse por mi torrente sanguíneo, despacio, pero llegando a todos los órganos.

“Ahora voy a estar triste por el resto del día” pensé en voz alta. “Ay, ¿por qué?” me dijo mi madre, “¿por un drogadicto?”. “Por un genio”, pensé en contestarle, pero no, no daba. A esta altura de mi vida ya me resigné a que hay cosas que nunca voy a poder explicarle y que nunca entenderá.

¿Un genio, dije? Sí; aunque haya sido un drogadicto (¿aunque?), aunque supuestamente haya enloquecido a causa de su abuso del LSD (¿aunque?)… ¿Qué son esas objeciones moralistas frente a su obra artística, y frente a lo que ella significó para la música contemporánea?

Tenía motivos para estar triste… después de todo, el mundo había perdido a un artista brillante, a un loco brillante… “el diamante loco se había apagado”, leí por ahí. Pero yo no lo creo.

Tenía motivos, dije. Indirectamente, le debo mucho a Syd Barrett. Él fundó Pink Floyd, la banda que a los quince años me hizo cambiar mi perspectiva de la vida (la canción “Time” fue una cachetada despabiladora), me hizo cuestionarme muchas cosas, me dio fuerzas y una vía para canalizar sentimientos e ideas oscuros y frustrantes (The Wall, un punto crítico en mi vida, “The happiest days of our lives” y “Another brick in the wall II”, canciones que mascullaba para mí cuando la neurosis liceal, la neurosis institucional, se me hacía insoportable). Y lo principal, la definitiva influencia de Floyd en mi devenir literario, en mis primeros escritos, en mi decisión (bah, no creo que lo haya elegido) de ser escritor.

Por todo esto, y puede que por muchas más cosas, siento la necesidad de este pequeño homenaje, o más bien, de pequeño recuerdo. Cualquier homenaje se quedará corto, sobre todo después de la obra maestra “Shine on you crazy diamond”, que los ex compañeros de banda de Syd compusieron en su honor en 1975. Obra maestra que al insignificante entender y gusto de quien escribe, es la mejor canción de rock que se haya compuesto vez alguna.

Tristeza. Sus propios ojos parecían trasmitirla, ojos tristones, cara de niño triste, pero sin lágrimas. “Ahora hay una mirada en tus ojos, como agujeros negros en el cielo”, escribió su ex compañero Roger Waters en “Shine on…”. Nadie podría haberlo expresado mejor.

Niño triste, sí. “Quedaste atrapado en el fuego cruzado de la niñez y la fama”, canta Waters. Ahora, después de un par de años de estudiar psicología, puedo verlo de otra manera, y puedo intuir ese hilo conductor que conecta la niñez, el inconsciente, los sueños, las drogas alucinógenas, la psicodelia. Y la música de Syd.

Sus canciones son esa conexión, son todo eso. Quizás disparada por las drogas… pero todos fuimos niños, y no sé los demás, pero evocar esa época de la vida me llena de tristeza, de una tristeza casi inexplicable, casi como la que me invadió cuando recibí la noticia.

Sus canciones son esa conexión. Están plagadas de imágenes, de alucinaciones más bien oníricas, de fantasías infantiles, de cuentos de hadas, de misterios insondables, de colores brillantes, del mundo concreto y del mundo mágico de los niños. Son canciones gráficas, inmediatas, que impactan nuestras retinas, nuestros tímpanos, nuestras narices y lenguas, nuestras pieles.

Y así escuchamos a un flautista que nos cuenta de viajes espaciales, sentimos a un gato siamés enroscarse en nuestras piernas, nos dormimos escuchando una historia de hadas, cabalgamos unicornios por campos sembrados que vigila un espantapájaros negro y verde, nos cruzamos con un gnomo llamado Grimble Grumble, andamos en una bicicleta prestada que tiene canasto y bocina, mientras le contamos a la niña de la que gustamos que conocemos a un viejo ratón, al que hemos bautizado Gerald, y que ella es la clase de niña que encaja con nuestro mundo, y que le daremos cualquier cosa, todas las cosas, si ella quiere cosas.

¿Cómo evitar la melancolía al escuchar estas canciones? No hay manera. Yo no puedo. Ni quiero.

Habrá que aceptarlo, habrá que decirse que es así aunque en el fondo sepamos que es mentira. Igual, vamos a seguir soñando; igual, cada noche y para siempre, vamos a seguir siendo esas personitas que trepan árboles de manzanas para agarrar el sol con las manos.

Brillá, diamante loco. Ya sos inmortal.


lunes, 10 de diciembre de 2007

Metáforas posmodernas: PAC MAN

boomp3.com

En psicopatología hay un cuadro denominado psicosis alucinatoria crónica. Sus principales características, delirios crónicos en los que se destacan la importancia e intensidad de las alucinaciones. No obstante la usual riqueza alucinatoria, el sujeto no suele ver alterada sus funciones intelectuales ni verse impedido de cumplir con sus obligaciones cotidianas.
Sí, ya se dieron cuenta. La sigla de este cuadro es P.A.C.

***

Todos recordamos con cariño ese videojuego llamado PAC MAN. Pero más allá de las horas de diversión que este simpático amigo otrora nos supo proporcionar, se esconde una oscura metáfora cual cifra de nuestros tiempos.

¿Qué es el PAC MAN, el hombre psicosis alucinatoria crónica? Bueno, nadie podría decirlo a ciencia cierta. Es como un redondel amarillo, con un ojo de perfil; redondel al que le falta un trozo, es decir, está incompleto.

Ese pedazo de incompletud es su propia boca. A través de ésta, engulle sin cesar hileras e hileras de pastillas para abrirse camino en un intrincado laberinto. ¿Para qué? Para escapar de los fantasmas que lo persiguen.
La frenética carrera que está obligado a correr para salvar su pellejo, carrera inexplicable, carrera absurda, se ve súbitamente alterada cuando en ciertas ocasiones este ser engulle ciertas pastillas más grandes (¿más fuertes?) que por unos breves momentos le permiten pasar a ser él el perseguidor y los fantasmas los perseguidos. Fantasmas que son devorados sólo para volver a perseguirlo.

Un ignorante podría creer que una vez tragadas todas las pastillas, nuestro atormentado engendro llegaría al final del laberinto, poniéndose a salvo de los fantasmas. Pero no. Porque el laberinto no tiene salida, y porque devoradas todas las pastillas, todo volverá a comenzar, una y otra vez. ¿Siempre igual?

No. Cada vez, un poco más rápido.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

...cuando ves a ese antílope alarmado

I'd like to share a revelation that I've had during my time here. It came to me when I tried to classify your species and I realized that you're not actually mammals. Every mammal on this planet instinctively develops a natural equilibrium with the surrounding environment but you humans do not. You move to an area and you multiply and multiply until every natural resource is consumed and the only way you can survive is to spread to another area. There is another organism on this planet that follows the same pattern. Do you know what it is? A virus. Human beings are a disease, a cancer of this planet. You're a plague and we are the cure.

Agente Smith, a Morfeo, en The Matrix


La teoría de Gaia propone pensar al planeta La Tierra como si fuera un único organismo, es decir, un gigantesco sistema que parecería comportarse como si estuviera vivo. Afirmar esto, en el marco de esta hipótesis, equivale a decir que nuestro planeta estaría regido por el principio fundamental de la vida: la autopoiesis.
Autopoiesis que implica, necesariamente, la retroalimentación sistémica, como forma de lograr el equilibrio dinámico al que tienden todas las formas de vida e incluso, quizás, la materia inerte.

Pensemos entonces a la Tierra como un sistema de estas características. Un sistema que se autorregula. Bajo este punto de vista, todo desequilibrio en su interior será contrarrestado de alguna manera, todo aquello que lo altere será neutralizado restableciendo el equilibrio. ¿Dónde quedamos los humanos en todo esto?

Ése es el punto a mi entender más interesante, o al menos el que más nos concierne. Resulta evidente que esta teoría de antropocéntrica no tiene nada. Los humanos no somos más que un simple componente de un sistema complejísimo y ajeno casi por completo a nuestro control. (¿Nuevo golpe a nuestro narcicismo? Y van...)

De un tiempo a esta parte, como que nos hemos empeñado en usar y abusar de cuanto recurso nos ofrece el gran sistema para nuestra subsistencia. Hemos ido bastante más allá, pues mucho de este uso no podría ser jamás calificado de necesario, si sólo nos detuviéramos a mirar. Las consecuencias de nuestras acciones sobre Gaia son por todos conocidas.

Pero, un momento. Si el sistema se autorregulará, ¿por qué habríamos de dejar de contaminar a troche y moche, de malgastar los recursos y de hacer lo que se nos cante con Gaia?

Este señalamiento, tan agudo como ingenuo, seguro se habrá cruzado por la cabeza de más de un empresario y un tecnócrata al escuchar estas ideas. Pero como dije, es una creencia ingenua, que se basa en un antropocentrismo subyacente. Porque en esas mismas cabezas no cabe la posibilidad de nuestra desaparición.
Pues la cuestión es muy sencilla: el restablecimiento del equilibrio, severamente amenazado por nuestras actividades, podría consistir en la extinción de la especie humana. Tal vez el agente Smith no andaba tan errado.

***

Uno no puede negar lo atractivo de esta teoría. Pero uno también puede decir que es difícil aportar pruebas que sustenten el rol que jugamos los humanos en ella, y nuestra responsabilidad hacia Gaia como una exclusiva estrategia de supervivencia. Sin embargo, existen. Sólo hay que saber interpretarlas.

El tsunami que arrasó con buena parte de Asia suroriental en diciembre de 2004, es un ejemplo terrible y esclarecedor.
Quizás la catástrofe concitó una inusitada atención mundial no sólo por sus dimensiones geográficas, sino porque se llevó la vida de unos cuantos turistas del Primer Mundo. Sad but true.
Y además del negocio turístico, esa zona se caracteriza por la gran explotación industrial de camarones. A nadie resultará extraño entonces, combinando todos estos factores, que el avance polifacético del tardío capitalismo global sobre el sureste de Asia halla destruido los manglares y los arrecifes de coral, barreras naturales que ofrecen protección contra tormentas, ciclones, huracanes y... tsunamis.
Las zonas más afectadas, en consecuencia, fueron aquellas donde los recursos naturales habían sido explotados de la forma más depredadora. Las menos, zonas de poblaciones indígenas donde dicha explotacion es mínima o inexistente.

¿Por qué no ver en estos hechos una manifestación de nuestro potencial suicidio como especie? ¿Es que acaso estamos condenados de todas formas?

***

En el disco solista de Serj Tankian podemos encontrar una bonita canción, llamada Honking Antelope. La traducción literal es imposible; to honk es tocar la bocina de un auto, antelope es antílope. Un antílope que toca una bocina, que hace ruidos de bocina, es decir, que quiere dar a entender algo, llamar la atención, dar una voz de alarma.
Sin embargo, los antílopes son animales más bien silenciosos. Una bocina silenciosa... algo que no cualquiera sería capaz de detectar, algo portador de un secreto sentido.

boomp3.com

Por qué no vas
y fotografiás todo lo que alguna vez sucedió
Rastros indígenas, jefes tribales,
desvaneciendo líneas hereditarias
Poetas enloquecidos por la musa
Profetas, todos destruyendo el Tao,

cuando ves a ese antílope alarmado

La danza secreta de las serpientes, los cuentos de todo eso

Los seres basados en la naturaleza
sobrevivirán los apocalípticos días presentes,
Poetas enloquecidos por la musa
Profetas, todos destruyendo el Tao,

cuando ves a ese antílope alarmado
La danza secreta de las serpientes, los cuentos de todo eso

De todo eso,
Huye conmigo ya,
huye conmigo ya,

mi vida

Somos la causa de un mundo que se ha equivocado
La naturaleza nos sobrevivirá, perros humanos después de todo



En mi interpretación personal, el antílope es tanto un símbolo como una realidad material. Es el símbolo de nuestra esperanza, el símbolo de dónde tenemos que buscar las señales si queremos sobrevivir.

Poco después del tsunami se supo que manadas de antílopes, entre otros animales, habían sobrevivido al correr hacia tierras altas, justo antes de que la primera ola tocara la costa. Muchos indígenas también salvaron sus vidas al observar este comportamiento y emular a sus cuadrúpedos vecinos.

Quizás la clave entre permanecer o desaparecer esté ante nuestros ojos y oídos. Quizás nuestra inteligencia, nuestra preciada inteligencia, nuestro máximo motivo de orgullo, nos sirva para algo después de todo.

Mientras pienso en eso, no puedo menos que compartir el deseo final de Tankian.

Wouldn't it be great to heal the world
with only a song...